Rojo y lágrimas en «El Calvario» de Weyden

- octubre 30, 2023

Miro nuevamente mi lienzo con la secuencia de veintitrés pinturas de la crucifixión en Jesucristo Superstar, y entonces una de ellas resalta a mis ojos, como una brevísima explosión de color. En la imagen se muestra a Cristo en la cruz con lo que parece ser una enorme tela roja de fondo, incluso con marcas de pliegues. Googleo las palabras “crucifixión pintura sobre tela roja”, y en la segunda tanda de imágenes me aparece la inusual obra de arte que buscaba: El Calvario, de Rogier van der Weyden.

Hacia finales de la Edad Media, a mediados del siglo XV, el prestigioso pintor flamenco Rogier van der Weyden comenzó a trabajar en una tabla de madera de casi tres metros y medio de altura, donde plasmaría su última pintura —sin encargo previo, sin comitente—, convirtiéndose en una de sus obras maestras. Posteriormente, pocos años antes de morir, regaló la tabla a una orden religiosa a la que su hijo había sido afín. La obra impresionó al propio rey de España, Felipe II, casi un siglo después, quien la compró para su colección real de pintura flamenca.

En El Calvario, lo primero que salta a la vista es la inclusión del dosel y el paño de honor de color rojo detrás de la crucifixión, evidentemente por razones estéticas, a las que también se podrían añadir simbolismos —la pasión, la sangre, la muerte de Cristo— e intenciones evocativas —conmoción, sacralidad, serenidad—. Considerando que el cuerpo de Cristo no presenta huellas del martirio o la flagelación, podríamos decir que estamos ante una representación que busca la esencia más que el realismo. A diferencia del resto de su colorida producción artística, en esta última, Weyden “restringe tremendamente el color, quizá para que nada distrajera de la seriedad de la obra y de su dramatismo”, en opinión de Lorne Campbell, uno de los mayores expertos en el pintor flamenco.

Observo en mi lienzo que la siguiente imagen en la secuencia pictórica es un acercamiento dentro de la misma obra de arte, en primerísimo plano, al rostro de un Cristo ya muerto —con la cabeza baja y los ojos cerrados— que, sin embargo, llora.