Volver a la búsqueda (la punzada de la ausencia)
Un año… bueno, casi: 355 días, para ser exactos. Haber dejado parado este proyecto por tanto tiempo suena increíble y hasta vergonzoso, si recuerdo la emoción con la que inicié esta búsqueda tras las obras de arte de la secuencia pictórica en el «Getsemaní» de Jesucristo Superstar, y todo lo logrado hasta entonces: 21 de las 23 imágenes identificadas, más del 91 % de avance. Al inicio me autoconvencía de que sería una pausa breve, apenas unos días para aclarar la vista y retomar fuerzas. Pero esa imagen de Cristo en la cruz me era esquiva —un fragmento flamenco que seguía sin nombre ni autor—; y, más volcado a otras facetas de mi vida, los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses.
Pero para quienes recién llegan, o para aquellos lectores que perdieron el hilo después de tanto tiempo, quizá convenga un breve recordatorio de qué se trata todo esto. Esta serie, a la que llamo «Tras la secuencia pictórica en el “Getsemaní” de Jesucristo Superstar», nació como un proyecto personal de investigación en torno a una secuencia de imágenes incluida en la película Jesucristo Superstar (Norman Jewison, 1973), específicamente en la escena musical del «Getsemaní». Son apenas 23 segundos de metraje que condensan 23 fragmentos de obras de arte sobre la crucifixión —imágenes fugaces, que se suceden con rapidez frente a los ojos—. Me propuse entonces identificarlas una por una, descubrir sus autores, sus historias, y reconstruir ese breve pero potente lienzo virtual. ¿Por qué? Primero, porque se trataba de Jesucristo Superstar, una de mis películas más queridas desde la adolescencia. Pero también porque sentí que con cada imagen se revelaba no solo parte de la historia del arte —un diálogo silencioso entre obras separadas por décadas, incluso siglos, pero conectadas por una misma escena—, sino también algo más íntimo. A un nivel espiritual, era una forma distinta de mirar; quizá incluso de comprender algo del misterio de la pasión de Cristo.
En mi camino, cada obra identificada revelaba detalles sorprendentes: desde el dramatismo brutal del Cristo de Grünewald en el retablo de Isenheim hasta la pureza casi mística del Cristo crucificado de Goya; desde la teatralidad veneciana de Tintoretto hasta los intentos de Masaccio por vencer las distorsiones visuales de la perspectiva. Me impactaron los rostros grotescos en El Bosco, la presencia simbólica de María Magdalena —en sus múltiples versiones—, y hasta el hallazgo de un Cristo atribuido a Zurbarán acompañado por la figura de un pintor, quizá San Lucas, quizá el propio autor. Esta serie me llevó por Europa sin salir de casa, por los museos de Colmar, Madrid, Florencia y Gante, enlazando nombres como Van der Weyden, Botticini, Velázquez y David. Pero fue precisamente al intentar identificar una de las últimas imágenes —una crucifixión flamenca de autor incierto— que la búsqueda se volvió más densa, más infructuosa, más frustrante.
Recuerdo haber pasado horas navegando por los catálogos digitales de la Flemish Primitives Collection, la Web Gallery of Art, la Friedländer Database y la Art Cyclopedia, siguiendo el rastro de artistas flamencos… Nada. O demasiado. Porque el problema, supongo, no es que no haya imágenes. Es que hay demasiadas. Tratar de encontrar el fragmento exacto se sentía como buscar una aguja en un pajar… sin siquiera tener del todo claro cómo era la aguja. Me quedé atrapado allí: en ese fragmento sin nombre, en ese rostro de Cristo que no lograba encajar en ningún catálogo. Y con él, se detuvo también la escritura. Y, poco a poco, se fue apagando la ilusión.
Casi un año después, con este rompecabezas aún incompleto, retomar mi búsqueda es más que un deseo: es una necesidad personal, una deuda pendiente conmigo mismo, y quizá también con quienes me han acompañado a lo largo de esta travesía. Hoy retomo esta serie porque he vuelto a sentir la punzada —no del hallazgo, sino de la ausencia. Y quizá en estos días de Semana Santa esa ausencia se siente más intensa. Como si el rostro del crucificado, aunque vuelto hacia otro lado, siguiera ahí… reclamando, sin palabras, ser reconocido.
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