Mirar ahora mi lienzo virtual con la secuencia pictórica de la crucifixión en Getsemaní —el «montaje de la crucifixión», como lo llamaron Norman Jewison y Melvyn Bragg en el libreto original— ya no se siente igual que antes. Hasta hace poco, esta secuencia era para mí una exposición tortuosa e impactante de representaciones artísticas del sufrimiento extremo de Jesús; vista desde el asombro y la intuición de un espectador admirado y sensible, pero aún ajeno a la intención autoral, al sentido narrativo y conceptual del montaje. Tal como lo visualizaron los guionistas, con la crudeza de cada corte y el dramatismo de cada imagen, vemos ahora —y casi experimentamos— cómo Cristo va a sufrir y morir: «entonces y desde entonces: es la agonía de la cruz».

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