Lo que se gana al perder
Naturalmente, nadie entra a una competencia sin la esperanza de ganar; sin embargo, sería iluso ignorar la posibilidad de una derrota. Aunque pueda sonar obvio, necesito recordármelo: en este momento, una parte de mí busca algo de validación. Perder nunca se siente bien; desanima, aterriza, ubica —incluso cuando intentamos parecer incólumes por fuera—. Además, cuando uno se expone al escrutinio de otros con algo tan personal y tan íntimo como es nuestro arte, la sensibilidad se exacerba y la caída puede ser más dolorosa. Esta semana participé en un concurso de fotografía organizado por el reconocido fotógrafo Sillmer Cáceres. Como seguramente ya te imaginas, no pasé de las primeras eliminatorias. Hasta hoy, había decidido no pensar más en ello, pero creo que ha llegado el momento de analizar y evaluar qué sucedió realmente.
El concurso se organizó como un torneo en el que los 32 participantes fuimos emparejados para competir en eliminatorias sucesivas hasta declarar un único ganador. Por sorteo, me tocó enfrentarme al joven fotógrafo Stuart Salcedo Carretero, de quien jamás había oído hablar; y aquí reconozco mi primer error: no investigué lo suficiente sobre mi oponente. Desconocía si era fotógrafo aficionado o profesional, en qué tipo de fotografía se especializaba o cuáles eran sus mejores trabajos. Al no averiguar nada acerca de él, mi derrota estaba prácticamente asegurada. Como bien lo dijo Sun Tzu: “Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo; en cien batallas nunca estarás en peligro”.
Acorde a las bases del concurso, cada participante debía presentar una sola fotografía, su “mejor foto”, casi sin ninguna restricción. Podía ser de cualquier tipo: un retrato, un paisaje, una foto documental, callejera, panorámica, aérea, macro, etc. Lo importante era que fuera original y que no hubiera sido premiada anteriormente. Si bien no se aceptaban montajes, sí se podían presentar fotos editadas o retocadas. Después de revisar mi archivo de fotografías, me decidí por una foto nocturna que tomé hace unas semanas en el malecón de San Bartolo, al sur de Lima. Lo único que me hacía dudar era que la había capturado con mi teléfono celular; algo por lo que, más adelante, el jurado me haría leña.
“Momento de suspirar” de Stuart Salcedo |
Cuando le tocó el turno a mi foto, Claudia se mostró encantada, aunque le molestaba un poco el halo alrededor de las farolas y sugirió utilizar un diafragma más cerrado para capturar las luces en forma de estrellitas y reducir el deslumbramiento, logrando así una imagen más limpia. Kim continuó, señalando la sobreexposición que restaba detalle a los departamentos y las casas, mostrando además disgusto por la cantidad y el color de las piedras en el primer plano. Telmo apreció el tono azul dominante, pero coincidió en que la sobreexposición en el centro de la escena opacaba detalles interesantes, y sugirió hacer uso de la técnica de high dynamic range (HDR) para capturar la gama completa de luces y sombras. En resumen, las recomendaciones iban por usar una exposición más larga con un diafragma más cerrado, no solo para crear un efecto sedoso en el agua, sino también para equilibrar la luminosidad de la escena y capturar una visión más fiel y detallada del malecón. El dilema es que resulta prácticamente imposible controlar de esa manera el diafragma y la velocidad de obturación en la cámara de un teléfono celular. Para este tipo de competencias, definitivamente, aún es necesario participar con fotografías tomadas con una cámara profesional, a menos que exista una categoría en la que se compita únicamente con fotos tomadas con el celular.
No me fui del certamen sin antes felicitar a mi vencedor: “¡Felicitaciones, Stuart! ¡Buenaza tu foto!”, le escribí en el chat de la transmisión en vivo. Stuart respondió agradecido y mencionó que también le había gustado mi foto, lo que me reconfortó. Aunque no gané en la competencia, me siento victorioso en muchos otros aspectos: he ganado en aprendizaje, en humildad, en experiencia y, de alguna manera, en un mayor conocimiento sobre mí mismo. Y por supuesto, me voy con una renovada convicción de que cada desafío trae consigo una oportunidad para crecer.
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