¡Huancayo, allá vamos!
9.50 de la noche.
Ahí estábamos los tres: mamá, tú y yo. Ya habíamos registrado la única maleta que llevábamos para la bodega del bus cuando se oyó la última llamada para abordar. Nos abrazamos fuerte por unos segundos y nos despedimos. Imagino que para ella debió de ser difícil vernos partir —para mí, sin duda, lo fue—. Nunca antes habíamos hecho un viaje así, solos, padre e hijo.
Sentía esa emoción por lo nuevo, por la aventura que nos esperaba; pero también me daba mucha pena dejar a tu mamá atrás. Pensé que sería más fácil, la verdad. Ya en nuestros asientos, hicimos una videollamada con ella para darnos un último adiós; aún seguía en la terminal, esperando nuestra partida. Ahí nomás dieron las diez en punto y el bus comenzó a moverse. Ya no había marcha atrás…
«¡Huancayo, allá vamos! Que valga la pena, por favor…», me dije en silencio.
[…continuará]
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