Estuve allí cuando las vacas empezaron a volar

Estuve allí cuando las vacas empezaron a volar. Yo simplemente no podía creerlo. Desde la ventana del auto pude ver con mis propios ojos cómo a una de ellas le salieron unas enormes alas. Emergieron de su piel como si hubieran estado siempre allí. Esta era una vaca adulta, con pelaje negro y manchas blancas, y sus alas parecían estar cubiertas por grandes plumas negras. Las sacudió y las extendió, dio cuatro pasos acelerados hacia adelante; saltó, impulsándose sobre sus patas traseras, y alzó el vuelo. En unos segundos, a otras dos más les pasó lo mismo. Luego, ya había casi una docena de vacas sobrevolando el campo. 

Cuando salí del asombro, pregunté en voz alta: “¿Están viendo eso?”. Mi padre preguntó:

—¿Qué cosa, hijo?

—¡Las vacas! —respondí, sorprendido de que no se hubieran dado cuenta.

—Sí, las vacas. Qué hermoso paisaje, ¿verdad?

—Papá, las vacas están volando. ¡Mira!

—¿Volando? Hijo, estoy manejando. No digas tonterías.

—¡¡Papá, para ya!!

Mi padre detuvo el auto y volteó en el acto hacia mí. Me miró fijamente, con esos ojos coléricos, como cuando me portaba mal. Pero esta vez no sentí temor. En realidad, todos voltearon a mirarme, como si estuviera loco. Les pedí nuevamente que miraran afuera, que vieran a las vacas que volaban tan solo a unos metros de nosotros. Me invadió un frío por todo el cuerpo.  Esa sensación de terror por no poder entender qué es lo que estaba pasando. Por qué nadie más las podía ver.



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