Aves de paso, como pañuelos cura-fracasos

Fue en 2003 cuando Juan Carlos (JC) me hizo escuchar Aves de paso, la canción de Joaquín Sabina interpretada a dúo con Miguel Ríos. Me la hizo escuchar a todo volumen en su auto, justo antes de iniciar una noche (más) de interesante tertulia, buena música y mucho alcohol. Trabajábamos juntos en un proyecto de desarrollo de software, que se encontraba en una etapa complicada y que demandaba largas horas de trabajo. Al finalizar el día, alrededor de las once o doce de la noche, salíamos a relajarnos un poco.

Era una etapa oscura en mi vida. Tenía 28 años, y por aquel entonces, ya vivía el inicio del fin de mi primer matrimonio —sin reconocerlo aún—; y JC se convirtió en ese amigo necesario y leal, con quien podía discutir sobre mis frustraciones y anhelos, pero con quien también podía llevar al extremo esa necesidad de olvidar el enojo y la miseria que sentía por dentro. JC fue mi compañero de noches interminables, de excesos y de lujuria. Tengo una tendencia inusual a relacionar canciones con momentos o etapas específicas de mi vida, como los soundtracks de las películas. Cuando recuerdo a JC, sin duda, el tema de fondo es Aves de paso.

Se trata de la canción compuesta por Pancho Varona, Joaquín Sabina y Antonio García de Diego, para el álbum Yo, mi, me, contigo (1996) de Sabina. En 2001, Miguel Ríos y Sabina la volvieron a grabar, ahora para el disco de colaboración Miguel Ríos y las estrellas del rock latino. La canción es un homenaje a esas mujeres que pasaron brevemente por la vida del autor, esas relaciones efímeras y hasta furtivas, de las que solo queda un nostálgico recuerdo. La letra y la música calaron en mí profundamente, como pocas canciones; quizá por el momento que vivía o por la idealización de querer haber vivido yo mismo esas experiencias. Recuerdo que escuchaba una y otra vez la canción, sin cansarme, tarareando mentalmente el coro.

A las flores de un día, 
que no duraban, que no dolían,
que te besaban, que se perdían.
Damas de noche, 
que en el asiento de atrás de un coche
no preguntaban si las querías.
Aves de paso, como pañuelos cura-fracasos.

Finalmente, el proyecto de desarrollo de software se completó —aunque dos años después de lo comprometido y casi un millón de soles por encima de lo presupuestado—, y el programa de software se implementó en la empresa. Lo anecdótico fue que, en menos de un año, a causa de una fusión con otra empresa más grande, este fue dado de baja.

Poco antes del término del proyecto, JC renunció a la empresa. No supe más de él. Unos meses después me enteré de que se había accidentado una noche lluviosa, manejando su auto a alta velocidad por la avenida Javier Prado. Si bien él salió ileso, su acompañante estuvo en rehabilitación por varios meses. Yo ya estaba inmerso en mi propia tempestad, por lo que no fui capaz de contactarlo en aquel momento difícil. No fue la primera vez, ni la última, que fui un mal amigo —el peor—, pero esa ya es otra historia.

Hace un par de meses, mientras llevaba en el auto a mi hija mayor, de regreso a su casa, de un momento a otro y sin ninguna razón explicable, vino a mi mente el particular timbre de voz de Miguel Ríos, e indefectiblemente Aves de paso —como en esa película, Intensa-Mente, en que habían unas esferas de vidrio descoloridas, que contenían recuerdos de largo plazo, pero que se podían recuperar a través de unos tubos—. El punto es que no había escuchado esa canción en 20 años. Aproveché un semáforo en rojo y la busqué rápidamente en el Apple Music de mi celular, la encontré y comencé a escucharla. Una sensación de alegría y nostalgia me invadió en ese momento. Estaba absorto, a tal punto que mi hija me tuvo que preguntar si estaba bien.

Después de dejarla en casa, me quedé pensando. En unas semanas celebraríamos el cumpleaños número 70 de mi tío Oscar Garay en Huacho, y quería darle —a él, y a mis tíos y primos— una sorpresa musical, pero esta vez algo especial, diferente, fresco. “¿Por qué no Aves de paso?” me dije a mí mismo. Como la canción se interpreta a dúo, pensé, sin ninguna duda, que tenía que cantarla con mi primo —y compadre, por cierto— Ricardo Garay. Se lo propuse por WhatsApp y aceptó casi sin pensarlo —y sin leer bien la letra de la canción—. Tras discutir un poco sobre lo polémico o incómodo que podía resultar cantarla en una reunión familiar —en donde varios de los presentes podrían darse por aludidos al escuchar la letra—, decidimos correr el riesgo, y comenzamos a ensayarla. 

He aquí el resultado:

Fue emocionante y hasta liberador compartir algo tan íntimo con la familia, en un entorno seguro. Mientras cantaba la canción me sentía más conectado que nunca con mi papá, mis primos y tíos mayores, a quienes veía sonreír de rato en rato, seguramente remontándose a tiempos lejanos, recordando esas historias que jamás le contarán a nadie, al igual que yo.

Un par de días después, ya de regreso en Lima, después de muchas dudas y temores, me atreví a contactar a JC. Conseguí su número celular gracias a unos amigos en común y le escribí al WhatsApp:

—¡Gran señor! Hoy venía en el auto, y buscando música encontré el disco de Miguel Ríos en el que canta con otros artistas, entre ellos Joaquín Sabina; y cuando escuché Aves de paso, me acordé de ti. Espero que te encuentres muy bien, y ojalá haya oportunidad, prontísimo, de poder vernos para tomarnos un trago o un café, y conversar harto. ¡Que tengas un excelente día!

Me leyó, pero no respondió. Después de unas horas, llegó su mensaje:

—Mi gran hermano. Qué gusto saber de ti. Qué gusto saber que estás bien y qué bueno que te acuerdes de aquella gran música que tanto disfrutamos. Busquemos pronto una oportunidad para reencontrarnos. ¡Va a ser recontrabacán! Abrazo grande.

Ahora, la pelota está en mi cancha.

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