Sobre el escepticismo, el amor y la inevitable erosión de la roca

¿Qué efecto tiene un chorro de agua sobre la roca? Ninguno, aparentemente. Pero si el chorro de agua cayera durante miles de años sobre la bendita roca, la erosionaría ¿verdad? Por supuesto que este fenómeno no podría ser visto por un ser humano —cuyo promedio de vida es de 67.2 años, según la CIA—; no obstante, es de conocimiento público porque ha sido estudiado a través del método científico, y por lo tanto, se confía, se cree, se da por hecho que es así, que es real, que es verdad.

¿Es posible dudar de la verdad? Obviamente que sí; y a eso llamamos escepticismo —afirmar que la verdad no existe, o que, si existe, el hombre es incapaz de conocerla—. El escéptico es aquel que pone en tela de juicio los valores sociales establecidos, que duda de la verdad o de la eficacia de las cosas.

¿Es malo el escepticismo?
"Der Philosoph Pyrrhon in stürmischer See" por Petrarca-Meister

Obviamente que no. Pirrón (Grecia, 360–270 a. C.) fue el primer filósofo escéptico; él creía que no había nada verdadero o falso, bueno o malo, inmundo o sagrado; según lo describe Etimologias.deChile.net. Por otro lado, un contemporáneo suyo, el gran Aristóteles (Grecia, 384–322 a. C) decía que la duda era el principio de la sabiduría. Más de mil años después, el filósofo y revolucionario científico Galileo Galilei (Pisa, 1564–1642) escribió "La duda es la madre de la invención".
Retrato de Galileo Galilei, por Sustermans Justus (1636)

El economista y filósofo John Stuart Mill (Londres, 1806–1873) recordaba a los profesores que "la función de las instituciones académicas no es hacer que los estudiantes aprendan a repetir lo que se les enseña como verdadero, sino formar personas con capacidad de pensar por si mismas: poniendo en duda las cosas; no aceptando doctrinas, propias o ajenas, sin el riguroso escrutinio de la crítica negativa; sin dejar pasar inadvertidas falacias, incoherencias o confusiones [...]" (Julia Evelyn Martínez, en su artículo para Rebelión).

El escepticismo entonces puede llegar a ser una herramienta útil en la búsqueda de la verdad. Pero me pregunto si ciertos tipos; como el escepticismo religioso, el deontológico o el amoroso; podrían convertirse en armas de doble filo, en entrampamientos mortales, o incluso en enfermedades crónicas. En realidad, mi cuestionamiento existencial gira(ba) en torno al último de ellos.

¿El amor existe?

Aparentemente, sí. De acuerdo a la Real Academia Española, el amor es un "sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser". Sin embargo, producto de una crisis emocional, desde hace varios años, me convertí en un escéptico declarado del amor.

En el 2008, llegó a mí una noticia perturbadoramente genial: la investigadora Georgina Montemayor, de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México, había estudiado la producción química cerebral durante la etapa de enamoramiento —se accionan las zonas del cerebro que controlan las emociones, como el tálamo, la amígdala, el hipotálamo, el hipocampo, el giro singulado y partes del sistema límbico—, y llegaba a la conclusión de que se trataba de un "estado demencial temporal" comparable con una obsesión compulsiva. La especialista en anatomía opinaba que las personas entran y salen del estado de enamoramiento porque el cerebro no podría resistir tanto desgaste si se mantuviera así constantemente.

Revisando un poco más, encontré que diferentes estudios científicos determinaban que, dadas las implicaciones neurológicas del sentimiento que llamamos "amor romántico", este proceso químico tiene que concluir en un período máximo. Este límite puede ser de tres años (Helen Fisher, de la Universidad de Rutgers), cuatro años (Georgina Montemayor, de la UNAM), o hasta siete años (Eduard Punset).

¡Santas revelaciones, Batman! —me dije a mí mismo. Y entonces, ¿qué sucede después? Georgina Montemayor opinaba que el amor romántico se convertía luego en "cariño familiar". Obviamente que una serie de condiciones indispensables debía producirse para que este sentimiento perviva —cuestión que podría desarrollarse (post)eriormente—; pero el hecho era que el amor sí existía, pero no duraba para siempre.

¿Puede entonces un escéptico llegar a enamorarse?

Difícil —a la luz de las reflexiones expuestas—, pero no imposible.

Para que el chorro de agua llegue a erosionar la roca, solo se necesita tiempo. Tiempo para curar las heridas del corazón, tiempo para comprender que todo sucede por una razón, tiempo para darse a uno mismo la oportunidad de volver a sentir, de volver a ser feliz, e incluso de volver a sufrir —porque sin sufrimiento, no hay amor; como decía Madre Teresa de Calcuta—. En otras palabras, tiempo para aprender a ser un poco escéptico acerca del escepticismo mismo.
La segunda definición que hace la Real Academia acerca del amor —más acertada y poética que la primera, creo yo— es una invitación a dejarse llevar: el amor es el "sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, nos alegra y nos da energía para convivir, comunicarnos y crear".

¡Creo que vale la pena arriesgarse!

Comentarios

Anónimo dijo…
Muy interesante tu punto de vista... y sobre todo la comparación que haces ... yo te aseguro que así como ese chorro de agua logra erosionar la roca con el tiempo, solo el amor es capaz de lograr derribar muchas barreras y lograr que hasta el mas escéptico se enamore... el que persevera alcanza no ?

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