Huancayo: la laguna Carhuacocha

Abra Huaytapallana (4,570 m s. n. m.). 
11 de la mañana.

Mientras nos íbamos adaptando a la altura, el guía nos reunió a todos en La Estancia Huaytapallana, único restaurante del lugar y punto de partida para la caminata. Hicimos el pago adelantado para el almuerzo de más tarde: yo pedí un caldo de cabeza de cordero, y tú, un ceviche de trucha. Dentro del restaurante no se sentía el frío; el ambiente era rústico pero bastante acogedor. Llamaba la atención la cocina, que estaba ubicada en medio del salón, rodeada de las mesas para los comensales. Aproveché para ir a los servicios. Cuando volví, me contaste emocionado que un joven de barba te había preguntado tu edad y que se había sorprendido de que un niño de diez años se animara a hacer el trekking. Te pregunté cómo te sentías y me dijiste que bien. Igual te di una pastilla para el mal de altura, por si acaso. También te pregunté si tenías hambre, y me dijiste que no. Yo sí comí una mandarina y un yogur natural de las provisiones del día anterior. De pronto, se oyó a Edward, el guía, llamándonos: el grupo ya estaba reunido afuera. Nos alistamos rápidamente y salimos. Ya todos juntos, a paso lento, comenzamos a caminar hacia la siguiente parada: la laguna Carhuacocha, donde debíamos hacer la ofrenda a la Tierra.

A pocos minutos de La Estancia, el paisaje comenzó a transformarse: un camino estrecho surcaba el verdor de la ladera, mientras a lo lejos aparecía una laguna turquesa enmarcada por gigantescas formaciones rocosas. De su cuerpo nacía un riachuelo que descendía por la montaña como un hilo de plata. Justo la noche anterior habíamos visto juntos un episodio de Pokémon en el que una criatura gigante dormía sobre una cascada, bloqueando el paso del río hacia un poblado en el valle. Bromeábamos con la idea de encontrarla allí y tener que despertarla. Seguimos por el camino unos treinta minutos más hasta que llegamos a la laguna Carhuacocha. Al levantar la vista, la cordillera Huaytapallana se mostraba ante nosotros, majestuosa. El grupo se fue reuniendo poco a poco a las orillas de la laguna; cuando ya estábamos todos, el guía se dispuso a iniciar el ritual.

Marcelo, debes saber que lo que estábamos a punto de hacer no era una simple costumbre local, un “show” para turistas ni un acto de superstición. Desde mucho antes de los incas, el hombre andino ha creído con firmeza que la tierra es una deidad —la Pachamama, la Madre Tierra—, y que los apus son los espíritus tutelares de las montañas. Entrar en ellas significa atravesar un espacio sagrado. Por eso, el pago a la Tierra es sabiduría ancestral: antes de caminar por la montaña, hay que pedir permiso. Eso fue lo que Edward nos transmitió. Nos explicó cómo dejaríamos la ofrenda: hojas de coca, dulces, frutas, maíz, licor e incluso cigarros. Luego comenzó el rito y participamos todos, pidiendo con respeto permiso para ingresar, protección para el camino y salud para el cuerpo. Fue un momento cargado de espiritualidad y de energía compartida. Así fue como la cordillera Huaytapallana nos abrió sus puertas... y nos cobijó mientras estuvimos allí.

[...continuará]

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