Mi rewind del 2022

31 de diciembre. Sábado muy temprano por la mañana. Mi penúltimo día de aislamiento por el Covid. En la radio se oye a la gente llamando para dar sus mensajes y deseos de Año Nuevo, algunos más emotivos que otros, cada uno con su propia historia por detrás y sus propios sueños por delante. Por un instante, me imagino a mí mismo llamando por teléfono, para expresar algo de lo que tengo adentro para compartir. Ha sido un año muy complejo, con un poco de todo —o bastante de todo, diría yo—, simplemente imposible de condensar en una sola llamada telefónica a la radio. Y pienso, ¿no sería entonces un buen cierre del 2022, y bien merecido, el dedicarle un post entero? ¿Una especie de “rewind” del año, con las vivencias, los aprendizajes y las caídas, sin censuras ni exageraciones? Yo creo que sí. Pero, ¿y si le superponemos la narrativa de un último día del año, mi último día del 2022, solo en casa, sin los míos? Suena interesante. ¡Pues aquí vamos!

Luego de un desayuno muy ligero, me pongo a revisar mis redes sociales. Varios amigos y familiares comparten fotos de sus reencuentros de fin de año, otros ya se alistan para recibir el Año Nuevo en la playa, fuera de Lima e incluso algunos fuera del país. Por ahí veo que un amigo estrena auto nuevo. Me alegro genuinamente por todos ellos. La ilusión, la ingenuidad y el entusiasmo que conlleva la idea de un nuevo comienzo —como es natural en estas fechas— me remontan al verano del 2022.

Verano

A pesar de algunos sinsabores familiares que nos dejó la época de fiestas, los primeros meses del año nos brindaron momentos relajantes. El mar, la arena y el sol nos dieron un respiro necesario en medio del estrés del trabajo, la tercera ola del Covid, y la incertidumbre por la guerra entre Rusia y Ucrania. Aunque los chicos pudieron alternar entre deporte y música, también cayeron con Covid, felizmente sin mayores consecuencias. Pero ya luego de la vacunación de los niños, se confirmó el retorno a clases presenciales, y la esperanza de una normalidad “normal” volvió.

Luego de un período de abstinencia social autoimpuesta, debido a la emergencia sanitaria, en el que yo no había tenido tanto contacto con amigos ni familiares; poco a poco, y con la mayoría de mis contemporáneos ya con tres vacunas, me fui abriendo nuevamente a los reencuentros, amicales y familiares. Gracias a uno de estos reencuentros, conocí a nuevos amigos, con quienes tuve la oportunidad de ir con la familia de paseo en yate por altamar, en el Callao. Aunque después de esa salida no los volví a ver nunca más, me llevé una grata experiencia, por la cual les estoy muy agradecido.

Viajar a Huacho con la familia, para el cumpleaños de mi tío Oscar, fue otra de las experiencias bonitas del verano. Allí tuve la oportunidad de dedicarle a la familia allí reunida una canción, junto con mi hija mayor, el Vida de Luis Enrique Ascoy. Fue un momento muy emotivo para mí, ya que cuando yo era niño, mi papá me hacía cantar con él delante de todos. Y bueno, fue como darle una continuidad, como traer algo ahora renovado, desde nuestro pasado familiar. Luego de ese viajecito tuve que gestionar una pequeña crisis en casa, pero esa es otra historia. 

Viene a mi memoria la bofetada que le dio Will Smith a Chris Rock, en plena ceremonia de los Óscares por aquellos días. Pero caigo en cuenta que ya es hora de almuerzo, así que caliento la sopa que me dejó M ayer por la noche. La sopita está buenaza. Justo me escribe para contarme los planes que tienen para celebrar el Año Nuevo en casa de su tía. Quedamos en encontrarnos a las 11.30 de la noche en el Parque Media Luna, en San Miguel, para recibir el año juntos, con mascarillas y al aire libre, minimizando el riesgo de contagiarnos.

Pero volviendo al rewind, vamos que esto fue solo el comienzo; lo mejor se viene ahora.

Otoño

A fines de abril, me atreví a retomar una actividad que había dejado de lado desde hacía mucho tiempo. M me dio todo el apoyo logístico para poder salir a tomar fotos todo un día. Como para no complicarme mucho, decidí hacerlo en la Costa Verde, en el tramo que corresponde al distrito de Miraflores. Fue maravilloso. Llegué muy temprano y me fui ya caída la noche. Hice un montón de fotos y algunas quedaron bastante bien, pero lo más importante es que me sentí nuevamente conectado con mi arte. Pero en lugar de dejar que esa sensación nuevamente se diluyera —y quedara como una anécdota, un evento aislado, como ya había sucedido en el pasado—, decidí buscar la manera de desarrollarla, de nutrirla, y de ver qué pasaba.


Fue así que encontré a Fuera de Foco, la escuela de fotografía dirigida por Daphne Carlos, y me apunté al taller de Fotografía Callejera, con Jaime Rázuri. Volver a tener un profesor que se fije en mi trabajo, lo analice, critique y oriente, fue un abreojos, ya que me permitió identificar aspectos de mejora, tanto en la técnica como en el abordaje de mi fotografía. Aquí algunas fotos que produje en las salidas fotográficas, como parte del taller:

Puerto de Pescadores de Chorrillos:



Alameda “Chabuca Granda”, en el Centro de Lima:

Poco después, encontré al artista argentino Martin Casas y a su plataforma online de divulgación del arte, Teoría del color, y de allí al libro que me cambiaría la vida: El camino del artista, de Julia Cameron (ver el post anterior). Al ser consciente de la esencia de la creatividad como una transacción espiritual al alcance de quien logra conectarse con la Fuerza Creadora (Dios, para los católicos), decidí tomar el control, decidí hacerme responsable de mi propia espiritualidad, y de darle el cuidado, la prioridad y la importancia que merece mi propio artista interior. 

Mientras tanto, la presencialidad de las clases escolares de mi hijo menor trajo consigo, también, actividades fuera del colegio, como celebraciones de cumpleaños, salidas en grupo, visitas a las casa de los compañeros, etc. y gradualmente fui integrándome a un bonito grupo de papás y mamás. Y así como lo viví con mis hijos mayores, años atrás, sé que con estas personas vamos a compartir vivencias importantes y enfrentar situaciones difíciles con nuestros hijos. Siento que hemos sabido forjar lazos de amistad sanos y fuertes, que espero se mantengan así en el tiempo.

En casa, nuestra perrita tuvo cachorros. Y por alguna razón inexplicable, terminamos quedándonos también con una de las crías. Por otro lado, mi hijo menor nos dio un susto feo: se cayó y se abrió la cabeza, y tuvieron que suturarlo. Felizmente, todo salió bien. Aunque con menos frecuencia que en años anteriores, mis hijos mayores se dieron el tiempo para hacer algunas actividades en familia, como ir a pasear, a comer o simplemente a pasar tiempo con nosotros en casa. Cada uno de esos momentos es un tesoro en mi corazón.

Ya son las 6 p. m., el día se pasó volando. Voy a parar de escribir un ratito, ya que tengo que ir a comprar una botella de espumante y vasos descartables para brindar hoy a las 12 a. m. en el Parque Media Luna, como es tradición al recibir el Año Nuevo. Debe hacer frío allá afuera, así que mejor me abrigo. M está horneando un enrollado de chancho para la cena en casa de su tía. ¡Ojalá que me guarde un poco! 

Invierno

Después del rompimiento entre Shakira y Piqué, y la descalificación definitiva de la selección peruana de fútbol para el Mundial de Qatar 2022; el invierno comenzó con un evento peculiar y pintoresco, la Marcha del Orgullo LGTBI. Ese sábado después de almuerzo, agarré mi cámara y me dirigí hacia el Cercado de Lima. Fue la primera vez que asistía a un evento de la comunidad gay y, la verdad, fue una jornada ilustrativa, una experiencia nueva, que me permitió comprender un poco mejor la realidad de este grupo humano, así como la tolerancia y empatía que demandan.

En julio, siempre con la conformidad de M, me embarqué en un viaje fotográfico grupal, organizado por Fuera de Foco, que sería guiado por el fotógrafo mexicano de National Geographic, Mauricio Ramos. El destino era el Valle del Colca, en Arequipa. Fueron cinco días espectaculares. No solo por los paisajes que pude apreciar y “fotear”, sino por las personas que conocí, tanto del grupo de compañeros fotógrafos como de los propios lugares que visitamos.

Si bien este viaje fotográfico a Arequipa tenía el rótulo de fotografía documental, no se desarrolló tal cual; fue más bien fotografía de paisaje o de viajes en sí —incluyendo varios géneros, como el retrato—. Me llamaba mucho la atención la fotografía como documento visual, así que logré inscribirme en un “trayecto profesional”, como lo llaman allá en Argentina, en La Lumière, una escuela audiovisual con sede en Córdova. El programa estaba dirigido por Andrea Chame, y tendría una duración de ocho meses, prácticamente todo el invierno y la primavera. 

A todo esto, una de mis metas personales para este año era volver a correr. Obviamente, primero tenía que bajar de peso. En la pandemia había llegado a 82 kg (sobrepeso, según mi madre). A estas alturas del año ya había bajado casi 9 kg, y ya me encontraba en mi peso ideal como para hacer la carrera de 10 km. Me preparé por varios meses, corriendo por mi cuenta, siguiendo los tips de mi amigo Masashi, y finalmente corrí en la Media Maratón de Lima, logrando un tiempo de 58'57 min. ¡Había vuelto! :)

No obstante, en el trabajo las cosas no pintaban tan bien. Con sentimientos encontrados, tuvimos que decirle adiós a mi segundo al mando, quien se iba por una mejor oportunidad laboral en otro banco. Y casi a la par, nos dieron un resultado amargamente inesperado por parte de una auditoría importante. Lidiar con ambas crisis fue un proceso muy duro. Fue el punto más bajo, emocionalmente, en el que me tocó estar en este año. 

Algo que ayudó a sobrellevar esos momentos complicados en el trabajo, fueron las salidas “artísticas”. De hecho, encontré en mi hija mayor una buena compañía para visitar museos, exposiciones de arte, fotografía, pintura, etc. E incluso ella también comenzó a interesarse en hacer fotografía —con cámara analógica, en realidad—. En una de esas exposiciones de arte, ella tomó esta foto, que me pareció bastante bien lograda, para no tener formación en fotografía.

Para fiestas patrias, nos fuimos de viaje familiar. Tenía la necesidad de hacer un viaje 100% aventurero, sin destino ni reserva, solo con un mapa impreso y el tanque de gasolina lleno. En teoría, nuestro destino final sería Huancaya (en Yauyos, la sierra del departamento de Lima). Al final, terminamos en un pueblo que con las justas aparece en el mapa: Laraos, un peculiar paraje andino a 3,700 m.s.n.m. Dormimos en colchones que nos prestaron, en un salón de clases en el colegio del pueblo, sin baño —había que caminar un buen tramo hasta llegar a los baños del colegio— ni agua caliente, obvio. Mi familia me quería matar, pero estoy seguro que a medida que pasen los años, recordarán la experiencia con mucho cariño. Porque, a pesar de todas esas limitaciones, aprendimos a convivir juntos, apoyarnos el uno al otro en condiciones tan extremas y diferentes a las que estamos acostumbrados. Al final, sí llegamos a Huancaya, pero dos días después. Y la recompensa valió la pena. Un paisaje hermoso que nos recargó de energía y nos reconectó con la naturaleza y con el Perú profundo.

Veo el reloj. Son las 9.08 p. m. En un par de horas tengo que salir para encontrarme con M y los niños. Primero me tengo que bañar y ponerme una ropa decente. Aunque no será mucho el rato que estemos juntos —por el frío que debe hacer al medio de ese parque, tan cerca al malecón—, al menos recibamos las doce de la mejor manera posible. Ya tengo el espumante que le gusta a M y los vasos descartables. Me pidió también que lleve dos copas largas y un pote de puré de manzana. ¡No olvidar! Y bueno, ya no falta nada para que se acabe este 2022, y ya estamos entrando también al último capítulo de este rewind. ¡Bienvenida, Primavera!

Primavera

Por aquel entonces, había oído de la trayectoria de Yayo López, fotógrafo de retrato muy conocido en el medio, así que, cuando Fuera de Foco anunció su próximo taller, me inscribí al toque. Fueron sesiones de teoría y práctica 100% presenciales. La verdad, no me gustó la falta de retroalimentación personalizada a los alumnos. Sí aprendí varias cosas, pero lo que más valoro es haber conocido a los compañeros del taller. Se generó un clima muy agradable y cálido; creo que para todos era la primera vez, después de pandemia, que llevábamos clases en aula de manera física, así que se formó un bonito grupo.

La reina Isabel II falleció, elegimos como nuevo alcalde de Lima a Rafael López Aliaga, el Señor de los Milagros salió a las calles después de dos años de pandemia y Daddy Yankee se presentó en el Estadio Nacional.

En lo que a mí respecta, desde varios meses atrás sentía que, para seguir desarrollando mi arte,  necesitaba una mayor base de referencia teórica, histórica y visual. El siguiente paso en mi crecimiento como artista era conocer mejor la historia del arte. Investigué y encontré un diplomado, bajo modalidad remota, bastante completo, dirigido por la doctora Alba Choque Porras, en la Universidad La Salle de Arequipa. El camino se presentaba ante mí, y ya venía con un sello de garantía que no podía pasar por alto. Si bien había estudiado toda la primaria y secundaria en el colegio La Salle, pero de Lima, llevar este diplomado significaba regresar a La Salle, a los hermanos de las Escuelas Cristianas. No había ninguna duda. Por ahí era la cosa. 

En el trabajo, afortunadamente, las cosas fueron reacomodándose, a punta de coraje, mucha previsión y mucho profesionalismo. Pudimos cubrir la vacante que había dejado mi segundo al mando, y volvimos a ser un equipo completo, listo y recargado para asumir los retos que teníamos por delante. 

¡Me olvidaba! Otro de mis intereses creativos “bloqueados” era la escritura, y de pronto comenzó a aparecer en mis redes la publicidad de una escuela de escritura; su nombre era Machucabotones. Como para probar, me metí a un breve programa de sesiones, un taller llamado “Como me da la gana” y, en la primera sesión nomás, me hicieron escribir más de lo que había escrito en meses. Pero, más importante aún, me dieron una mirada totalmente nueva, fresca y muy coherente para el acto de escribir (ver el post anterior).

Las últimas semanas del año 2022 fueron muy movidas. El expresidente Pedro Castillo dio un golpe de Estado pretendiendo cerrar el Congreso y otros poderes del Estado, siendo luego vacado y puesto en prisión. Dina Boluarte, su vicepresidenta, asumió la Presidencia del Perú, en medio de marchas violentas y disturbios sociales en todo el país. En medio de todo esto, pudimos celebrar los 80 años de mi papá, mi hijo menor obtuvo el primer puesto de su salón, los chicos terminaron bien su respectivos ciclos en la universidad y, gracias a Dios, pudimos celebrar las fiestas de Navidad en paz, con alegría y unión familiar. 

El único problema fue que en la cena de Navidad, mi mamá me contagió el Covid —se sentía un poco malita ese día, pero no sabíamos bien qué era—. Al menos, me contagió solo a mí. Así que estoy haciendo cuarentena, solo en mi casa. M y los niños están donde mi suegra desde hace dos días, para evitar que se contagien. Y así es como llegamos a este momento. 

¡Chispas! Pero ya son las 11 p. m. y tengo que parar aquí. A mi regreso, terminaré esta crónica.

¡Volví! Toda la familia de M allí reunida había salido también para recibir el Año Nuevo en el malecón. Llegué cinco minutos antes de la medianoche. Abrimos el espumante, servimos los vasos, y después del conteo regresivo… 5, 4, 3, 2, 1, 0, gritamos todos, “¡Feliz año!” Fue un momento muy emotivo. Yo estaba siempre con mi mascarilla puesta y de lejos nomás, obviamente; pero ¡qué alegría sentí de poder compartir al menos ese instante con los míos!

A pesar de no haber tenido una celebración de Año Nuevo tradicional, digamos, con una cena con la familia o amigos, con música, tragos y fiesta; no me siento triste. Por una parte, sentí mucho más cercanos a mis seres queridos, con sus mensajes constantes los días previos, sus saludos afectuosos hoy mismo, su preocupación por cómo iba. Y por otra parte, he tenido mucho tiempo para mí mismo, para ordenar mis ideas, revisar mis metas personales; el propio hecho de hacer este rewind del 2022 me ha hecho ver y reconocer todos los bienes que la vida me ha dado, lo mucho que he aprendido y crecido, mis errores y aciertos, las personas que siempre estuvieron allí, y detrás de todas estas cosas, la mano de Dios.

Me siento listo para el 2023. ¡Aquí vamos, otra vez!

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