El ahijado rechazado

Con mucha ilusión caminaba yo una tarde de otoño, por la cuadra dos de la Avenida Brasil, con rumbo al Instituto Politécnico Salesiano de Breña. Para ponernos en contexto, era 1990, una época complicada en el entorno socio-económico del país, pero en nuestro microentorno escolar se vivía con entusiasmo una etapa muy especial: era el año de nuestra Confirmación. Tras una intensa preparación para recibir el último de los sacramentos de iniciación cristiana, solo me faltaba una cosa: el padrino. Y precisamente esa era la cuestión que estaba seguro se iba a resolver aquella tarde en el politécnico.


El padrino deseado

Debo decir que mis padres habían insistido para que yo eligiera a mi padrino de bautismo, el hermano mayor de mi papá, como padrino de Confirmación; a lo que me negaba con una actitud muy adolescente de (supuesta) madurez y autosuficiencia. Quería que mi padrino fuese alguien ajeno a la familia, alguien a quien yo pueda escoger dentro de mi entorno y no el de mis padres. —Yo ya sé quién será mi padrino; por favor, ya no insistan —les decía medio molesto.

Por aquel entonces había entablado una bonita amistad con Fernando, un ex alumno salesiano de 26 años y miembro de la Asociación de Cooperadores Salesianos. Varios meses atrás, mi guía espiritual, el padre Alcibíades Ramos, nos había presentado con el propósito de que Fernando me asesorara en un proyecto pastoral-juvenil que dirigía yo en aquella época, denominado "Sociedad de Cristo".

Fernando se convirtió rápidamente en una figura modelo para mí, como el hermano mayor que no tuve. Recuerdo largas e interesantes conversaciones sobre distintos temas, tanto existenciales como banales. Y es que en una etapa de mi vida con más cuestionamientos y dudas que en ninguna otra, él era la personificación de la sabiduría. Claro, yo era un colegial de cuarto de secundaria, mientras que, para ese entonces, él ya tenía estudios universitarios de Letras y Pedagogía —la Filosofía y la Teología vendrían después—.

The rejected godson
A estas alturas de mi relato, ya se imaginarán a qué iba yo aquella tarde de otoño al Politécnico Salesiano. Efectivamente, iba a pedirle a Fernando que fuera mi padrino de Confirmación. Y quizá, por el título del post, algunos ya se imaginarán qué pasó. Y bueno, me dijo que no.

Fue uno de los momentos más difíciles de entender, que yo recuerde, de mi vida, hasta ese momento. Fernando no me dio una razón —eso fue lo peor de todo, creo—, ni explicación alguna a su negativa; solo atinó, simplemente, a sugerirme otro posible padrino, un clérigo amigo de la parroquia, a quien llamaremos Marcos. Ante esa respuesta, yo no sabía qué decir, me quedé casi paralizado; le dije que me parecía buena idea (lo de Marcos) y me fui lo más rápido que pude.

Unos días después, mi mamá me preguntó cómo iba el asunto del padrino. —Lo que te dije, pues mamá, ¡será un amigo de la parroquia! —le respondí sin mirarle a la cara. Al día siguiente fui a buscar a Marcos, le pedí que fuera mi padrino, aceptó... y asunto arreglado.

Después de mi ceremonia de Confirmación, no volví a ver a Marcos nunca más.

Cuando el resentimiento que guardaba por el rechazo de Fernando se disipó, volví a buscarlo y retomamos nuestra relación mentor-discípulo como si nada hubiera pasado, y poco a poco el doloroso episodio fue quedando en el olvido. Hoy lo considero como uno de mis mejores amigos, a pesar de que no nos veamos mucho —casi nunca, en verdad—. Y claro, ninguno de los dos volvió a tocar el tema... hasta hace poco.

Reconciliando el pasado
A raíz de la Confirmación de mi hija mayor, y que coincidentemente ella escogiera como padrino a un catequista de la parroquia donde se preparó, una sensación de incertidumbre surgió de las profundidades de mi memoria, y la pregunta que había sido relegada 27 años atrás comenzó a rondar por mi cabeza: ¿por qué?

Tras mucho tiempo de pensar cómo abordar el asunto, finalmente decidí hacer la pregunta a través del chat de una conocida red social. —Fernando, hay algo que quería saber desde hace mucho tiempo, muchos años en realidad... Por favor, con toda honestidad... ¿por qué no quisiste ser mi padrino de Confirmación? 

Me dejó en visto, como dicen hoy los chicos; es decir, leyó mi mensaje pero no respondió inmediatamente. Después de varios días, llegó su respuesta; y con ella, una fracción de paz para aquel niño de 15 años que alguna vez, regresando a su casa por la cuadra dos de la Avenida Brasil una tarde de otoño, se preguntó ingenuamente si la vida sería siempre así de dura:
Recuerdo que en ese tiempo yo pasaba una 'crisis de fe', de hecho tuve dos o tres años de franco agnosticismo, que me parece coincide con la época de tu Confirmación (tú sabes, la ambivalencia de leer a Nietzsche, Sartre, Freud, Jung, Althusser, etc.). Hubiera sido incoherente aceptar ser padrino de alguien que iba a confirmar su fe cuando yo vacilaba en la mía. ¿Sabes?, muchos ideales e ideas de aquella época hoy siguen conmigo (en mí), otros los he desechado por absurdos o no convenientes... Y bueno, con el paso del tiempo, querido Pepe, podemos ser los mismos, pero ya no somos iguales... No lo olvides.

Comentarios

Unknown dijo…
Interesante lectura. Un gusto encontrar este blog. Quizá no me recuerdes, jeje, yo tengo actualmente un vago recuerdo de las personas que conocí durante la primaria en La Salle donde estudié, dentro de las que está Garay Muy bonita época: 1981-1986. https://youtu.be/6n7cL1jokAEamos.

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