"Atahualpa" obsession

Hace dos meses, por motivos de trabajo, me tocó estar en la ciudad de Cajamarca; decidí quedarme por allá el fin de semana para hacer un poco de turismo. Aquel sábado por la mañana, la plaza de armas me lucía más solitaria y lúgubre que otras veces —creo que es la plaza más triste de las que conozco del Perú—. Todo me hizo sentido con la explicación de la guía de turismo en el Cuarto del Rescate: un día como ese, 481 años atrás, un 16 de noviembre de 1532, se produciría allí mismo una masacre infame y despreciable. La rememoración del evento que cambiaría el curso y la esencia misma de una nación me sobrecogió de maneras inexplicables, y la figura de uno de los personajes más emblemáticos de nuestra historia se apoderó de mí.

Ya por el 2012, al terminar de leer Los orígenes de la civilización en el Perú, del antropólogo Luis G. Lumbreras (1974), caería en cuenta de que había estado ciego —o tuerto, para no ser exagerado— respecto del pasado prehispánico y sobre el traumático proceso de conquista y establecimiento del poder español. El propio autor señalaba que su crónica era “una protesta por la forma como nos fue enseñada la historia incaica y pre-incaica en nuestra época de estudiantes, cuando durante años aprendimos a despreciar a nuestro pueblo ‘primitivo’ y a sobrevalorar todo lo extraño”. Los últimos capítulos de su obra me dieron una nueva perspectiva acerca de la caída del imperio del Tahuantinsuyo e hicieron brotar en mí un particular interés en la persona de Atabaliva, Atabalipa, o más conocido como Atahualpa.

Volviendo al Cuarto del Rescate, esa mañana mientras la guía de turismo explicaba el episodio de la masacre indígena y captura del Inca, mi mente se transportó en el tiempo, cuatro siglos hacia atrás. Casi podía sentir la ira, impotencia y desesperación de Atahualpa, al ver cómo los españoles, con los “truenos y rayos” de sus armas de fuego —estratégicamente dispuestas—, mataban por miles a los sorprendidos y desaventajados guerreros andinos, y cómo las estampidas humanas huían presas del pánico aplastando a los suyos, sin discernir mujeres o niños. En ese momento caótico, me embargó el estupor al ver indígenas aliados a las fuerzas extranjeras asesinando a los súbditos del Inca, y a feroces perros alanos mutilando y desgarrando todo a su paso… Había llegado el momento de mi muerte: el arma puntiaguda de un desesperado extranjero se abrió paso violentamente en medio de la algarada; y de pronto, cuando me encontraba listo para cruzar al otro mundo, el líder mismo de las huestes foráneas la detuvo con su mano, quedando herido. El sonido de un trueno me hizo volver al presente.

"Pizarro seizing the Inca of Peru" (pintura de John Everett Millais, 1846)
"Pizarro seizing the Inca of Peru" (pintura de John Everett Millais, 1846)

Algunos días después, ya en Lima, volví al libro de Lumbreras para encontrar su narración acerca de la emboscada española en Cajamarca; y si bien uno queda vejado al leerla, es mucho más indignante lo que sigue después. Así que comencé a documentarme sobre el tema. Encontré una publicación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, escrita por Edison Macías (2004) titulada Un rey llamado Atahualpa, que me permitió conocer interesantes aspectos acerca del Inca: desde sus orígenes; su fisonomía; acerca de la relación con su padre Huayna Cápac y con su hermano Huáscar; y especialmente con Francisco Pizarro, el "líder mismo de las huestes foráneas" —que le salvaría la vida en Cajamarca, con el que establecería una particular relación durante su prisión, y que le condenaría a muerte el año siguiente, en 1533—. Un compañero de trabajo, al verme interesado en este episodio de la historia peruana, me recomendó el libro de Kim MacQuarrie (2007), Los últimos días de los Incas; y empecé a leerlo hace unos días.

No sé por donde me lleve este particular interés —quizás obsesión— por el último gobernante del imperio incaico; su historia es fascinante y trágica, inspiradora e ignominiosa a la vez. Quizás me lleve a un cuento o a una novela, quizás a una pieza teatral o a una rapsodia. ¿Y el porqué de este interés? Me gusta pensar que algo de sangre incaica corre por mis venas —no es tan descabellado ya que mi ascendencia paterna es andina—; pero principamente creo que todos hemos sido alguna vez "Atahualpas" y quizás más de una vez "Pizarros", quizás sea una de las disyuntivas con las que luchamos día a día para poder sobrevivir y buscar la felicidad... Quién sabe.


Fuentes:
Lumbreras, L. G. (1974). Los orígenes de la civilización en el Perú. Editorial Carlos Milla Batres: Lima, Perú.
Macías, E. (2004). Un rey llamado Atahualpa. Casa de la Cultura Ecuatoriana: Quito, Ecuador. Recuperado de http://web.archive.org/web/http://www.consuladoecuadorsj.com/pdf/atahualpa.pdf 

Comentarios

Angelon dijo…
Los indígenas Aliados son nada menos que los HUANCAS, ellos también tienen una historia muy interesante y triste que se debe conocer.
Por otro lado la actuación de los generales incas como Quisquis o chalcochimac es sobresaliente pero insuficiente.
Finalmente no comparto tu comentario "mataban por miles a los sorprendidos y desaventajados guerreros andinos".
Gracias por el link de Atahualpa, lo leere con mucho entusiasmo
Cuidese estimado.

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