Nuestro primer terremoto!
Mi viejita me dijo que el pasado miércoles 15 de agosto viví el primer terremoto de mi vida. Y debe haber sido así para todos los limeños que nacimos después del trágico 31 mayo de 1970, fecha del anterior, con una magnitud de 7.5 en la escala de Richter y que causó entre otras desgracias la desaparición de la ciudad de Yungay, en el departamento de Ancash.
A las 6:41 PM estaba en el 3er piso de mi casa, en Magdalena del Mar, junto con José Manuel, mi hijo de 4 años de edad. Comenzó el temblor y como de costumbre pensé que sería leve así que me quedé sentado. Pero luego de unos segundos el piso se movía más y se oía afuera a la gente que empezaba a alarmarse. Nos paramos en el marco de la puerta y desde la azotea se veía el colegio que queda a la espalda de la casa. Los gritos de los niños saliendo de las aulas iban aumentando de volumen, a medida que llegábamos al medio minuto de movimiento sísmico y la intensidad sobrepasaba la de un simple temblor.
Valeria, mi hija de 7 años, estaba en el 2do piso con la nana, talvez debí bajar donde ellas, pero en ese momento no supe qué hacer. Como flashes de imágenes, venían a mí, recuerdos infantiles de pequeñas sacudidas en casa, en las que mi vieja siempre nos hacía rezar, diciéndonos que Dios estaba molesto y que debíamos prometer que nos íbamos a portar bien. Esos temblores siempre acababan antes de terminar el Padre Nuestro. El "Chico Loco" me preguntaba, confundido, por qué se movía el piso. Yo solo atiné a decirle, instintivamente que debíamos rezar. El problema fue cuando terminamos el Padre Nuestro y el Ave María (que son las únicas que se sabe), ya que no acababa el temblor, y más aun... sentíamos que la casa se balanceaba hacia los lados y las luces en todo el barrio comenzaron a apagarse. Ya estábamos sobre el minuto y medio del sismo.
Por primera vez en mi vida sentí que eso podía acabar en tragedia. Pensaba que en cualquier momento la casa podía desmoronarse, con nosotros adentro. Ambos veíamos asombrados, asustados, sin decir ya más nada, el panorama: los niños de la escuela gritando, la gente en las calles en pánico, las luces de varias cuadras a la redonda apagadas, en las calles los postes de luz titilando. En silencio le pedía por favor a Dios que todo eso se acabase de una vez. Luego de unos segundos más, felizmente se detuvo. Bajamos todos hasta el primer piso, subí a los niños y a la nana al carro y salimos a buscar a Ceci a su trabajo, en el distrito de San Isidro. Intenté comunicarme con ella por el celular, pero todas las líneas telefónicas estaban muertas.
En el camino, sintonicé Radio Programas, la cual solo escucho en época post-electoral y en casos como éste. Hubieron varias réplicas sísmicas, mucho más leves, pero igual en las calles se veía a la gente afuera de sus casas y edificios, el tráfico era atroz y a medida que pasaban los minutos, por la radio nos fuimos enterando de la magnitud del terremoto, o mejor dicho, de los dos terremotos: uno a las 6:41 PM y el otro al minuto siguiente: ambos alrededor de los 7.7 grados. El epicentro estaba en el mar a la altura de Pisco, en el departamento de Ica, al Sur de Lima. El alcance del movimiento sísmico parecía llegar hasta las ciudades más alejadas del país. Con atención, todos en el carro escuchábamos las llamadas desesperadas de mucha gente, de todos lados, que llamaba a la radio a pedir ayuda, a preguntar por sus seres queridos o simplemente a reportar lo que sucedía.
Con mucha tristeza ya se podía predecir que las zonas más afectadas estaban en las ciudades de Ica, Chincha y sobretodo Pisco. El presidente Alan García decretó que las clases escolares se suspendían el día siguiente, por seguridad, y se declaraba el estado de Emergencia en el departamento de Ica. Cuando volvimos a casa no teníamos luz, teléfono y no llegaría sino hasta el día siguiente. Todos nos dormimos juntos, en la misma cama, por si nos pescaba una réplica de mayor intensidad.
Al día siguiente, ya se tenía más información: en Lima, al menos no hubo mayores daños, sin embargo el saldo de esta tragedia a nivel nacional llegaba al menos a 510 muertos, 85.000 damnificados y casi 17.000 casas destruidas. Mención aparte merece el patrimonio cultural destruido como las iglesias y monumentos, los museos y las formaciones rocosas naturales, como las famosas La Catedral y El Fraile en la Reserva Nacional de Paracas, que se derrumbaron. Ayer por la noche ví en la TV escenas realmente escalofriantes de cómo está la situación en el Sur.
Como decía el titular de un periódico, "llegó la hora de la acción y la solidaridad". Creo que lo que nos toca ahora es ayudar, de cualquier forma, en cualquier medida, pero hacerlo. Y a los que esta tragedia no nos ha afectado directamente, nos queda agradecer a Dios y orar por las familias dañadas irreparablemente.
http://www.elcomercio.com.pe/ediciononline/HTML/olecportada/2007-08-16/olecportada0419688.html
Comentarios